miércoles, 26 de junio de 2024

¡QUIÚBOLE CON EL CANON LITERARIO!: UN ACERCAMIENTO A SUS CARACTERÍSTICAS Y REPRESENTATIVIDAD EN LATINOAMÉRICA. (Capítulo especial: Jorge López Páez y su ubicación en el canon literario mexicano del siglo XX).

 Juan Fernando Magaña Pérez

 

INTRODUCCIÓN

El canon literario es uno de los temas más controversiales dentro de la crítica en, digamos, el orbe occidental y occidentalizado de la literatura. Sin embargo, como veremos, pareciera que su carácter controversial se debe en gran medida a elementos que están más allá de los límites de su extensión. Dichos elementos tienen que ver con una realidad estrictamente sociocultural, mismos que se han manifestado como reacción a uno de sus rasgos persistentes: el de ser hegemónico.

El debate de largo aliento generado sobre a él surge de hechos históricos y posturas de trascendencia cultural que lo confrontan o bien lo respaldan, mucho de eso tendrá que ver con la zona geográfica desde donde se alza la voz, pero también con la raigambre ideológica que el mundo occidental ha esparcido por el largo y ancho del globo terráqueo, asunto que contiene de uno u otro modo implicaciones tanto económicas como políticas.

De tal forma que, podemos percibir que el canon va más allá de la inmanencia literaria como argumento en el que lo sustenta la crítica. En ese sentido, creemos a priori que podemos interpretarlo como un constructo social que responde principalmente a exigencias del poder cultural, las cuales parten de la configuración estética de la literatura, es decir, de su contenido formal, para alimentar juicios con una proyección no declarada hacia lo extraliterario.

Por esa razón, se asoman varias interrogantes e inquietudes nuestras acerca de su pertenencia exclusivamente literaria ¿qué tan literario es el canon?—, qué repercusiones tiene en las identidades de los individuos dado que la literatura, y por ende el mismo canon, son manifestaciones con influencia en las sociedades, así como considerar si es viable la existencia de un solo canon o bien surge la posibilidad de encontrar varios que estén definidos de manera multiforme.

El presente trabajo tiene como objetivo transitar el camino canonizado y canonizante de la literatura y las respectivas respuestas y revaluaciones que algunas posturas académicas y sociocríticas de la literatura han manifestado respecto a ello. En tal sentido, nos ubicaremos en nuestra realidad consustancial, de modo que abordaremos el tema desde la recepción teórica que se ha suscitado en latinoamérica y posteriormente pasaremos al tema de la producción de la literatura nacional del siglo veinte, ejemplificada con un autor poco conocido: Jorge López Páez.

La finalidad que perseguimos al trabajar con el autor mencionado es dar una muestra de cómo las valoraciones de la crítica y el sistema cultural determinan la representatividad literaria dentro de un contexto específico, provocando que el escritor en cuestión ocupe un lugar hasta cierto punto marginal dentro del canon literario mexicano. Es importante recalcar que nuestra investigación no se centrará en el análisis de las características formales de su obra, sino en la consideración de la relevancia que para nosotros ocupa en la problematización del tema, y también como utilidad  para marcar los dos ejes contenidos: 

1. Formalizar un camino que exponga nuestras observaciones e inquietudes acerca del canon literario (como tema general), su representatividad en latinoamérica (como asunto específico) y su identidad resultante en México (como asunto particular).  Para la última sección de este ensayo sabemos que si bien el ámbito literario en latinoamérica está conformado por tradiciones, obras y autores ejemplares para tratar al canon, decidimos quedarnos en la región de la cual somos parte, ya sea por una razón identitaria; ya sea por explorar nuestros intereses en el  tema medular con la prudencia que puede otorgar la delimitación de lo cercano.

2. El otro objetivo paralelo que tiene esta investigación divulgativa lleva como tarea rescatar la relevancia autoral en nuestra tradición literaria del autor mexicano Jorge López Páez con la difusión de un breve capítulo sobre él en los medios digitales. Para ello, decidimos acercarnos a la encomienda con la creación de un producto cultural a través de un podcast literario que lleva por nombre Del Tintero a la Voz: Un acercamiento a la literatura mexicana.

LITERATURA EN DOS FORMAS

Para entrar en el tema central, consideramos necesario detenernos un poco en lo que se entiende por literatura, esto con el fin de desenvolver la materia a la que se aboca el canon. Abordaremos de manera sintética algunas de las definiciones que se han dado sobre ella, esencialmente desde perspectivas ubicadas en la asociación teórico-crítica de la literaria, así como en el área colindante que comparten la lingüística y la semiótica.

El crítico Terry Eagleton en su texto Una introducción a la teoría literaria retoma a Roman Jakobson para asociar el significado de la literatura  a su inherente aspecto comunicativo, pero también a la capacidad estructural de la escritura. Para el lingüista, en la literatura “se violenta organizadamente el lenguaje ordinario” (Eagleton, 2016, p.12)  por lo que, en palabras del crítico inglés, la literatura “tal vez deba definirse por su empleo característico de la lengua (Eagleton,  p.12)”.  Es decir, su transformación lograda por una organización singular que se autorregula.

De acuerdo a lo aportado por Shklovski en su texto El arte como artificio, entendemos que el lenguaje artístico[1] tiende a “desautomatizarse”, lo cual quiere decir que se desprende de la realidad tangible para pasar a otra que es exclusiva del lenguaje artístico, el cual, en este caso, singulariza a la literatura o, mejor dicho, lo literario[2] para crear sus mundos posibles. El lenguaje utilizado en este tipo de textos se vuelve autorreferencial, o sea, parte de su propia realidad para explicarse.

Helena Beristáin en su Diccionario de Retórica y Poética retoma a Yuri Lotman para definir la literatura en términos de la semiótica de la cultura. El semiólogo concibe al texto verbal como un producto perteneciente a lo que culturalmente se asimila por literatura siempre y cuando tenga una función estética. En dicha semiótica está contenida otra que se vuelve única para los textos artísticos, mismos que se codifican a partir de dos tipos distintos de sistemas: primero uno regido por la lengua natural de cada una de las culturas y otro secundario que sale resultante  gracias a la interacción de los códigos culturales que lo configuran, logrando formalizar un lenguaje desacostumbrado.

La literatura también ha sido entendida desde una perspectiva coloquial que está lejos de su característica inmanente e intertextual, y que se relaciona más con un juicio de valor práctico. Según lo que menciona Eagleton, caer en esta categoría de definición está más acercado a la elección y la discriminación que el lector pueda hacer sobre lo que asume por literatura, evidentemente guiado por un gusto personal, por lo que “la naturaleza de lo escrito” deja de ser un asunto nucleario. Así, cualquier discurso no literario puede ser llamado literario  no por su “conjunto de cualidades inherentes […] sino (por)[3] las diferentes formas en las que (la literatura se asocia con el discurso escrito)” (Eagleton, 2016, p. 21).

Otro académico que también ha trabajado en torno a la definición de la literatura es Jonathan Culler, el cual en su libro Breve introducción a la teoría literaria menciona dos cosas importantes. Por un lado, habla sobre ella como “un lenguaje en el que los diversos componentes del texto se relacionan de modo complejo” (Culler, p. 35), definición que se alinea al carácter funcional e intrínseco del lenguaje literario y que hace eco con las interpretaciones de los académicos rusos que describimos anteriormente. Por otro lado, afirma que:

“En la mayoría de los casos, lo que como lectores nos impele a tratar algo como literatura es, sencillamente, que la encontramos en un contexto que la identifica como tal, […] la “literatura”[4] es una etiqueta institucionalizada que nos permite esperar razonablemente que el resultado de nuestra esforzada lectura “valdrá la pena”.[5]  […] (Su significado, adicionalmente,) deriva de la voluntad de los lectores en prestar atención y explorar las ambigüedades (particulares de este tipo de acto de habla)” (Culler, p. 39).

Esto suscita dos aspectos más a la hora de entender qué es la literatura:1) el entorno de las obras relacionadas a la literatura, lo que enmarca al término en una geografía literaria, y 2) la exigencia que el texto le hace al lector, detonando en la valoración que hace éste para aceptar a una obra como tal. Aspectos que  involucran al ejercicio consciente de la lectura y a la recepción literaria a la hora de definirla, ligándola invariablemente a una percepción de índole tanto intimista como  comunitaria.

Observamos que las definiciones aportadas  por Jakobson  —con la explicación a cargo de Eagleton—, Shklovski y Lotman conciben a la literatura por sus características constitutivas, explicada entonces por las transformaciones e interacciones que le son propias, además de  que dichas concepciones la depositan en el centro de la cultura ya que es quien la alimenta, pero también es de la cultura de quien se separa gracias a la capacidad decodificadora y asimilativa que la literatura tiene en aras de volverse una entidad autónoma. Nosotros interpretamos  que existe una reiteración significativa sobre su carácter independiente como producto cultural dentro de las sociedades.

La literatura es también un enfrentamiento con la ficción, al respecto Culler apunta que “la obra literaria es un suceso lingüístico que proyecta un mundo ficticio en el que se incluyen al emisor, los participantes de la acción, las acciones y un receptor implícito, […] (es decir), es mirar ante la organización del lenguaje (literario)” (Culler, p. 43).

De modo que, la literatura es una entidad que habría que verla en, por lo menos, dos maneras: como aquella que se explica por sí misma y crece a medida en que se auto explora y auto rige por sus propios límites y trascendencias, pero también la que refleja los códigos culturales de los que se alimenta, atrayendo la atención de otra entidad que la engulle. Creemos que  dicha entidad —el canon literario — surge con una encomienda conducente en el intento de definir y hacer suya a la literatura.

Intuimos también que ambas consideraciones sobre su significado dan origen a lo que es llamado como institución literaria, donde quedan incluidas las distintas corrientes teóricas que abordan sus componentes internos, así como aquellos elementos que se espejean con la realidad extraliteraria —como en el caso del estructuralismo—, pero también los procesos creativos en el marco del ejercicio literario —incluyendo todo aquello que lo circunda: autores, otro tipo de instituciones, intereses del mercado editorial, ciertos grupos políticos, contextos sociales, ideologías, etcétera— y todo el tejido de elementos y estructuras con las que se organizan las obras literarias, o sea, sus elementos formales.

Al respecto de esto último, pareciera que en todo ese amasijo literario es donde el canon deposita su objetividad para declarar qué es lo que puede ser representativo dentro del mundo literario; es donde radica su determinación evaluativa, misma que ha sido vista como una postura hegemónica.

Todo esto, en definitiva, ha hecho que la definición de literatura se complique aún más. Siendo así, podemos decir que el entendimiento sobre ella podría guiarse atendiendo tanto a sus aspectos inherentes como a su interacción o reciprocidad con la cultura y la sociedad en general.

EL CANON LITERARIO COMO ASUNTO OCCIDENTAL

En este terreno debemos comenzar también intentando definir al canon. Dicho esto, nos apoyaremos de manera inicial con la definición que el Diccionario del Español de México arroja sobre su significado general, es decir, sin lo “literario”. Esto es una “ley o precepto con que se rige la conducta o el arte, o que sirve de criterio para juzgar algo” (DEM, 2024).

De acuerdo a esa acepción del término da la sensación de que la labor que tiene el canon es un asunto muy serio, pareciera que se trata de una especie de poder encargado de regir y velar por algo.

Ahora bien, ¿qué es el canon literario? Según lo que Enric Sullà advierte al respecto, se trata de “una lista o elenco de obras consideradas valiosas y dignas por ello de ser estudiadas y comentadas”  (Sullà, p. 11). Este argumento sólo evidencia una relación de causa-consecuencia —por ser comentadas y estudiadas es que están en una lista — que en realidad no da mucha luz sobre la naturaleza del canon en cuestión, aunque si origina para nosotros al menos dos preguntas iniciales: ¿quién las estudia? y ¿quién elabora esa lista?

Para intentar responder nuestras inquietudes creemos prudente ir poco a poco pero a paso constante, para ello es necesario hurgar  en los orígenes etimológicos del término. Este proviene del griego: kanon, que refiere a regla[6], pero es del ámbito religioso de donde se hereda la naturaleza selectiva a la hora de elegir a una u otra obra bajo un juicio de lo venerable, ya que es el hecho canónico el que se encarga de “declarar solemnemente santo (a alguien, así como) calificar de bueno a alguien o algo, aun cuando no lo sea, (o bien) aprobar y aplaudir algo” (RAE, 2024)[7].   

La concepción de orden y elección surge en la tradición católica por la exigencia de agrupar un conjunto de libros de inspiración divina, es una designación ciertamente rígida —y ambigua — en la que se otorga mayor importancia a ciertas obras por encima de las demás, pero como señala el teórico Wendell Harris, “las selecciones sugieren normas y las normas sugieren algún tipo de autoridad” (Sullà, p.38).

Ese es el modo en el que se ha interpretado al canon literario: como una autoridad facultada para instaurar preceptos literarios sobre la cultura, y  respecto a ello es prudente  señalar también que lo que acostumbradamente se ha entendido por  literatura “ha sido la actividad de una elite cultural y lo que se ha denominado en ocasiones como capital cultural[8]” (Culler, 1997, p.54).

Habiendo expuesto someramente de dónde brota la práctica del canon, entendemos dos cosas sobre el que le es propio a la literatura: Que parte de un acto de selección asimilado de la religión católica y, por lo tanto, que tiene la condición original de ser una preocupación cultural de Occidente por marcar una postura imperiosa dentro de la literatura como objetivo y actividad cultural.

Los orígenes europeos del canon literario traen consigo un fundamento histórico que es evidente al momento de operar en el ordenamiento canonizante de las obras literarias, esto es: trabajar en una forma dominante. De tal modo que, creemos que la ideología primigenia del canon literario está directamente relacionada a las particularidades de la modernidad  que surge en las sociedades occidentales, en lo referente al control del capital cultural, la propia institución literaria y la formalización de una ideología literaria como asunto de identidad cultural en las sociedades en las que está inmerso y en las que ha jugado un papel occidentalizador.

Vemos también que el canon al concebirse como una lista de autoridad genera reacciones sobre sus juicios rectores y la forma en que opera. Al respecto Sullà menciona que “esa lista es el resultado de un proceso de selección en el que han intervenido no tanto individuos aislados, cuanto las instituciones públicas y minorías dirigentes, culturales y políticas” (Sullà, p. 11). Tales características hacen inevitable desprender al canon de un carácter basado en la hegemonía sobre algo   — la literatura como aspecto de la cultura —, “es por ello (que) se suele postular una estrecha conexión entre el canon y el poder […] (provocando) que pueda ser tildado de conservador” (ibid).

Cuando en 1995 Harold Bloom publicó su libro El canon occidental el debate en torno a su carácter impositivo se avivó todavía más con una multitud de reacciones en su contra en las que se le reprochó esencialmente por todas las identidades que quedaron fuera de su lista. Lo que los lectores pueden encontrar en su texto es la inclusión de autores principalmente masculinos pertenecientes a tradiciones europeas que se han repetido una y otra vez como fuentes literarias ejemplares tanto para ideales nacionalistas como para servir a los estudios universitarios durante décadas. Al final integra un Apéndice que denota  una forma de subsanar de alguna manera sus valoraciones eurocentristas sobre lo que concibe como digno para ser leído y estudiado. Ahí enlista una variedad de obras universales y autores geográficamente distintos donde la sección de latinoamérica no es más que un catálogo representado por unos cuántos  hombres de los cuáles sólo dos pertenecen a México: Octavio Paz y Carlos Fuentes.

El problema con el estudio de Bloom se origina debido a su manifestación  evangelizadora de los autores con los que trabaja, proyectándolos como una propuesta —con tono indiscutible  de modelos paradigmáticos de la literatura en el amplio espectro. El impulso canonizador de su obra se apoya no únicamente en su autoridad consagrada como académico de la literatura, sino también en todo un constructo institucional en el que se incluyen tanto a universidades como a editoriales y algunos otros grupos del poder cultural.

La respuesta acalorada en Latinoamérica sobre la visión que Bloom tiene acerca de la literatura se sustenta en el multiculturalismo como una idea de apertura para contener todo tipo de identidades que definen a las distintas sociedades,  y que pugnan para ser representadas a través de sus producciones culturales.

De tal modo que las literaturas marginadas por el canon siguen presentes del otro lado de los límites de dicha entidad con un grado importante de resistencia a la histórica e iterativa discursividad hegemónica que Occidente aplica sobre las culturas de nuestro continente. Tales literaturas o identidades están compuestas por escrituras que surgen de agentes pertenecientes a comunidades indígenas, feministas, homosexuales, afrodescendientes, etcétera.

Hasta aquí hemos visto cómo se ha desenvuelto el canon literario y cuáles son algunas de sus particularidades juiciosas sobre las obras literarias, así como enunciar el tipo de tensión que ha surgido entre el canon y la discursividad identitaria multiforme que ha quedado al margen de la lista englobadora de representatividad literaria.

IDENTIDADES EN EL CANON LITERARIO LATINOAMERICANO

Para atender al cometido que nos hemos trazado, continuaremos intentando explicar en esta sección la compleja relación entre el canon literario y las identidades que han tenido menos representatividad en la zona de Latinoamérica.

Como mencionamos anteriormente, la tensión generada entre el canon y las literaturas marginales se encuentra en una zona de contacto en la que se juega el orden hegemónico de la cultura y el rechazo por parte de la multiculturalidad a la  imposición de modelos en el quehacer artístico y su representatividad dentro de la sociedad. Es en este segundo polo donde se encuentran las literaturas constituidas por comunidades que sistemáticamente han sido menoscabadas por todo tipo de poder, y es ahí donde creemos que se hace evidente la no amalgamada relación entre las identidades latinoamericanas con los propósitos de la modernidad a la que, sugerimos, pertenece el canon.

La modernidad como fenómeno occidental tiene efectos de homogenización para lograr las transformaciones individuales y colectivas que busca realizar, y tal efecto homogenizador debe entenderse como lo que es: un proceso de colonización sobre todo aquello que sea necesario dominar para fortalecer tal proyecto de apariencia civilizatoria.

Desde  nuestra perspectiva, el canon literario como entidad semi abstracta de la cultura no está alejado del camino de la modernidad, podríamos incluso pensar que aquél se trata de un producto necesarísimo para la dominación de la cultura. Sin embargo, los resultados obtenidos de uno y otro lado del Atlántico no cumplen las expectativas que la modernidad ha tenido al momento de globalizarse, o mejor dicho, en Latinoamérica no logró obtener la homogenización deseada.

El antropólogo de origen argentino Néstor Canclini observa que “en América Latina […] las tradiciones aún no se han ido y la modernidad no acaba de llegar” (Canclini, p. 13),  por lo que la homogenización esperada nunca se sostuvo, resultando en lo que él llama como “culturas híbridas”, muy probablemente debido a las resistencia particular que da el mestizaje latinoamericano. Este concepto parece ser prudente para entender la reacción en Latinoamérica al carácter occidental del canon literario.

Comprendemos entonces que las identidades a las que se les ha etiquetado como minorías son principalmente las comunidades que se han posicionado de forma crítica frente a los juicios de valor con los que se mueve el canon como parte de la institución literaria. Estas mismas han tenido un cruce entre ellas para cuestionar  las prácticas culturales predominantes en términos del quasi obligado centrismo heterogéneo como requisito en el trazo de la canonicidad.

Las disidencias que hemos mencionado (indígenas, afrodescendientes,  homosexuales y feministas) regularmente existen en las periferias del sistema canónico, porque es a donde se les ha arrojado, pero su papel en la cultura ha aportado una revalorización trascendental sobre el mismo canon. Las discusiones han girado en torno al grado de importancia que pueda tener tal entidad y la resistencia que se le deba hacer tanto a su forma de proceder dentro de la literatura como a lo que ya se ha canonizado, resultando en la apertura de los límites en los que se engendró, es decir, en la posibilidad de concebir no uno sino una variedad de cánones que respondan a las necesidades de una visión multicultural de las sociedades.

Significa aceptar que los producto culturales transitan en una hibridación identitaria multiforme, es también declarar que aquello que se ha visto como marginal no lo es porque no hay un solo centro sino muchos que se corresponden entre sí, así como llevar acabo la ruptura de los prejuicios clasistas, racistas y sexuales enraizados en el canon.

Ahora bien, es importante señalar que las identidades de las que hemos hablado se funden históricamente en un choque multicultural al interior de los límites de nuestro continente. Al respecto, el escritor y crítico cubano Roberto Fernández Retamar expone en su texto Calibán, que el mestizaje que caracteriza a la cultura latinoamericana está alimentado de una comunidad donde coexisten indígenas, asiáticos, africanos y europeos, de modo que la homogenización colonial en realidad formalizó un multidentidad latinoamericana con la que tendría que chocar el canon.

Si asumimos al canon como un producto derivado de la modernidad, y por ende de un proceso colonial, en consecuencia podemos designarlo como una herramienta cultural de las fuerzas dominantes, de modo que uno de sus objetivos será perpetuarse en la forma en la que se originó. Así, resulta esperable que los intelectuales que gobiernan a la institución literaria sean los que en los tonos más soberbios desdeñen cualquier ejercicio literario que no cumpla con los criterios estéticos[9] que el canon dicta.

Siguiendo la tesis de Retamar en su texto anteriormente citado, podemos equiparar la generalidad de la identidad que se ha marcado en Latinoamérica —el individuo arielesco que se identifica ya sea como un Próspero o como un Calibán— al problema del canon. En ese aspecto, las obras  literarias —sin separarlas de sus autores y el contexto en el que se producen— como productos culturales se enfrentan a dos caminos de representatividad con distintas búsquedas de afiliación:

De un lado, están aquellas que sin duda han reflejado aspectos de la identidad latinoamericana pero que existen por autores como Octavio Paz o Mario Vargas Llosa —no ponemos en duda su habilidad literaria—, a los cuales se les puede identificar también por sus afinidades al poder político y económico de las élites dominantes, lo cual les retribuyó satisfactoriamente para colocarlos y mantenerlos en una posición de privilegio dentro de la cultura, para el caso, como protectores del canon occidental. Pensamos que aquí se agrupa la literatura que aspira a ser un Próspero.

En la otra senda, caminan las literaturas que muchas veces se enarbolan en un tono discrepante contra las autoridades, ideologías y movimientos, así como de los principios del mercado que rigen a la cultura. Algunas de ellas buscan un justo reconocimiento de las cualidades inherentes de su identidad, reflejando y exponiendo todo aquello que las ha tratado como marginal.

Nos parece que ellas en su papel dentro del canon logran resignificarlo al momento de cuestionarlo y expandirlo, al hacer suya la identidad “calibanizada” que la hegemonía cultural les ha dado. Algunos ejemplos de ello se rescatan de vez en cuando, manteniéndose a veces únicamente en un bajo perfil entre especialistas y fanáticos de la literatura underground —como la literatura de Mario Santiago Papasquiaro—, pero también hay algunas otras que mantienen un contacto directo con el canon al que el sistema cultural gusta tratar como preeminente y que, sin embargo, en ocasiones las incluye y en otras las expulsa de su centro con regaño, como la literatura que produjo Jorge López Páez.

JORGE LÓPEZ PÁEZ Y EL CÁNON LITERARIO MEXICANO DEL SIGLO XX

La literatura mexicana en el siglo XX tuvo un impulso de renovación en los temas y visiones al momento de retratar en la ficción la vida que ocurría en nuestro país. Las influencias globales de naturaleza intimista de las distintas corrientes de pensamiento sobre la condición humana, la progresiva transformación cosmopolita de la ciudad por gracia del desarrollo industrial, así como la cimentación de instituciones culturales y académicas, además del acceso a la educación y a las actividades culturales de manera más amplia entre una clase media que iría creciendo, favorecerían la formalización de un grupo de escritores e intelectuales de generaciones diferentes pero cercanas,  los cuales con mayor o menor grado de representatividad alimentarían un canon literario en México para una nueva época. Atrás quedaría la literatura nacionalista de fuerte carga posrevolucionaria y las tragedias campesinas.

La vida del canon en el terreno mexicano comienza guiándose en esta etapa principalmente por suplementos, revistas y el esfuerzo editorial por dar a luz colecciones que se encargarían de resguardar la escritura “célebre”, como en el caso de “la Biblioteca de Autores Mexicanos de la editorial Porrúa y Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. […] Los que ahí se publican pertenecen a la literatura recomendable, materia de orgullo y de enseñanza (Monsiváis, s.f., p. 3)”. El público expectante sostendrá al mercado cultural y su flujo vital, pero también desde un lugar secundario participará en este nuevo canon, porque “en última instancia, (éste) se va haciendo con la voluntad de los poderes culturales que los lectores corrigen, matizan, olvidan, amplían” (Monsiváis, s.f., p. 4). Tales poderes tendrán dos recurrencias autorales: Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Carlos Monsiváis menciona al respecto:

“Octavio Paz, uno de los más empeñados en la construcción del canon, y seguramente la voz más influyente, publica Las peras del olmo, Cuadrivio y Puertas al campo, este último, con una propuesta detallada sobre lo más representativo de las letras contemporáneas. Carlos Fuentes escribe La nueva novela hispanoamericana, su apología al boom, o [..] “los nuevos clásicos vivientes” de la prosa latinoamericana. Y en México, a favor o en contra, y por lo común a favor, la crítica se norma por tales propuestas. De Paz, muy especialmente, se toma su versión jerárquica de la literatura mexicana […] y sus clásicos irrefutables” (Monsiváis, p. 4).

La influencia que estos dos autores tienen en la vida cultural de México resulta evidente. A ellos, la crítica —sin dejar de mencionar que ellos también eran parte de la crítica— los acoge como eminencias en el rango más alto de representatividad de la identidad literaria en la sociedad mexicana e incluso latinoamericana —región donde encontrarían una postura que estaría lejos de admirarlos—, con un objetivo de proyección no sólo al interior, sino allende las fronteras, o sea, con el esperado aplauso desde Europa y Estados Unidos.

Tanto Fernández Retamar como Mario Benedetti se refirieron a ellos como los dirigentes de la “mafia” mexicana. Concepto que refiere a un grupo selecto de artistas mexicanos con un poder sólido en el capital cultural y con un fuerte influjo de sus juicios en ámbitos de la cultura y la política tanto nacional como internacional.

El reproche del escritor cubano se dirige señalando principalmente a Carlos Fuentes y a las declaraciones que el grupo encabezado por el autor de La región más transparente[10] hicieron en contra del gobierno de Fidel Castro y la Revolución Cubana en el contexto de la tensión que generó el Caso Padilla. Por su parte, Benedetti se refiere a ellos en tono irónico como una “experiencia casi única en América Latina. Octavio Paz es su dios; Carlos Fuentes, su profeta (Benedetti, s.f., p. 75).”

La crítica que el uruguayo dirige hacia ellos —y a más autores donde incluye al propio Carlos Monsiváis como representantes de la literatura y la intelectualidad en México— se enfoca en exponer su desinterés de una realidad social que se consumía en la desigualdad y que aun abordada en sus obras, importaba más por  formularse como el material vendible para él público y su buscada consagración personal, además de señalar sus beneplácitos al régimen político y la proximidad que tuvieron siempre con las élites dominantes y su arrojo a lo occidental. Al respecto menciona:

“Tanto en sus diálogos, públicos o privados, como en sus textos, la “mafia” usó un lenguaje que tenía sus claves, […] una actitud que llevaba implícito un menosprecio hacia las masas populares y sus reacciones primitivas o despojados silencios. Por otra parte, la sede natural de estos escritores no era Puebla o Guanajuato, sino la equidistante París. La Zona Rosa es en rigor una nostalgia europea, […]

(En sus obras, a la crisis mexicana) no se le buscó una solución, […] (sino que) la “mafia” propuso una solución contraria y extrema: la disolución en un internacionalismo vistoso y prometedor, que no sólo incluyera la ventaja de convertir a los escritores en los hierofantes y administradores de un descubrimiento mayor, sino que también les aseguraba la fama, traducciones, premios, becas, viajes, promoción publicitaria. El célebre Boom fue en realidad una prolongación internacional de la “mafia”; y no es casual que los mexicanos hayan sido sus más fervientes y eficaces promotores”, y sobre el autor de Cultura Mexicana en El Siglo XX declara: “Carlos Monsiváis, una de las figuras más prestigiosas de la “mafia”, había reconocido que era tiempo de <<de deshacernos de ese nacionalismo de peso muerto, de darle vida a un sentido internacional de nuestra literatura (…); de olvidarnos un poco de nuestros manuales de historia y enterarnos ya de que el conflicto no consiste en oponer siempre a un indígena museo de antropología a una siempre hispánica afrenta a las madres ni en buscarle mita y mita de motivaciones al mestizaje, sino en elaborar una cultura a la que deje de preocuparle de dónde bien y empiece a interesarle a dónde va>>” (Benedetti, pp. 75-76).

En el marco de las declaraciones expuestas, es que se vislumbra la forma en cómo el canon literario mexicano del siglo XX se fue configurando y heredando entre los grupos literarios que coexistieron, con todo y las directrices y características que marcarían la representatividad de los autores que lo forman. Algunos de los criterios a resaltar de este canon serían, en palabras de Monsiváis:

“La fluidez y la continuidad del prestigio, que viene de la acción conjunta de lectores, críticos, medios académicos e instituciones oficiales, […] el movimiento apreciativo que se propaga en comentarios y su persistencia, la presteza o la fuerza con la que recoge el sector académico las noticias del prestigio […] La sedimentación del prestigio a través de un proceso que incluye el trato de las generaciones y los homenajes de la burocracia cultural, en tal sentido, el prestigio se afianza por el trato distinto conferido al autor, la importancia, traducida o no al discurso público, concedida al poeta o escritor, formas cuya reiteración indica un grado de nobleza literaria” (Monsiváis, pp. 5-6).

Nos encaminamos ahora hacia el autor que mencionamos en nuestra introducción para presentar sus datos biográficos y contextualizar al ambiente cultural en el que se le ubicó.

Perteneció a uno de los grupos literarios que se gestó en el transcurso de la vida cultural y académica de los años cincuenta, al cual se integraron autores que nacieron entre las primeras tres décadas de los mil novecientos. Escritores como Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol y Jorge López Páez, entre algunos más, conformaron lo que se llamó como La Generación del Medio Siglo.

Este grupo transitó en las geografías de lo que en aquél entonces se llamó Distrito Federal, movido por el fulgor de la vida cultural e intelectual que se vivía en aquélla época. Capitales culturales como “la Universidad, la Escuela Nacional Preparatoria, El Colegio de México, La Academia de la Lengua, el Palacio de Bellas Artes, (renombradas librerías como) Porrúa y Robredo Hermanos, así como el Café París y el club Leda (Pereira, s.f., p. 187), conformaron su circuito principal de encuentros de convivencia.

A ellos, también se les llegó a identificar como La Generación de la Casa del Lago[11] —su tierra prometida— sitio que jugó un papel importante en el florecimiento de su escritura y su corriente intelectual. También se les llegó a nombrar como la “mafia literaria”, por el acaparamiento de los espacios culturales, revistas, periódicos, editoriales, puestos universitarios y burocráticos, dictando sus propios intereses en la vida cultural en México. Habría que aclara que tal “mafia” estaba en posesión exclusiva de escritores hombres, principalmente comandada por Humberto Batis y Juan García Ponce, secundados por Emmanuel Carballo y Juan Vicente Melo.

Para finalizar esta última parte de nuestra investigación, nos centraremos brevemente en la vida, obra y recepción de Jorge López Páez, así como en uno de los temas con los que trabajó en su literatura: el personaje homosexual.

Nació en Huatusco, Veracruz, el 22 de noviembre de 1922 y murió el 17 de abril en la Ciudad de México. Fue un fecundo narrador que produjo seis publicaciones de cuento largo y relatos, once novelas y algunas antologías de cuento a su cargo. Trabajó como coordinador de talleres literarios y colaboró con publicaciones en Cuadernos Americanos, El Nacional, Humanismo, México en la Cultura, Novedades, entre otras más.

Fue becario del FONCA y de la Fundación Guggenheim, así como miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y obtuvo cuatro premios nacionales: el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio La Palabra y El Hombre en la categoría de cuento, el Premio Mazatlán de Literatura y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura. Su cuento Doña Herlinda y su hijo tuvo una adaptación cinematográfica a cargo del cineasta Jaime Humberto Hermosillo, la cual consiguió un eco importante en algunos festivales internacionales.

Aunque López Páez siempre estuvo muy relacionado con la actividad literaria y se formó con autores como Julio Torri y Juan José Arreola, fue hasta el año de 1958 con su novela El solitario Atlántico que empezó a tener cierta representatividad en las letras mexicana. El crítico literario Jorge Muñoz se expresaría al respecto como el “libro que le abrió el camino dentro del panorama literario” (Muñoz, p.19).

Dicha novela fue recibida ante la crítica de sus contemporáneos con elogios por la forma original de integrar al personaje infantil en medio de un discurso profundo e intimista en relación al pesimismo de la vida, la desesperanza pero también la madurez. Emmanuel Carballo escribe sobre dicha obra: “le permite figurar entre los narradores con talento. Bella novela, aventaja en calidad a sus obras anteriores” (Carballo, p. 125). Más adelante en 1965 con la publicación de Mi hermano Carlos, calificó a su libro como “una de las novelas más hermosas que se han escrito en México […] es, desde cualquier punto de vista, una novela admirable” (Carballo, p. 126-127). Sin embargo, el mismo escritor jalisciense se manifestaría también sobre Hacia el amargo mar y Pepe Prida como “los fracasos más impresionantes que López Páez ha conocido como escritor” (Carballo, p. 126).

El crítico literario Ignacio Trejo Fuentes se refirió sobre la persona y el quehacer literario del escritor veracruzano en la siguiente manera: “posee una virtud poco común en nuestro ámbito: de gente en apariencia común y corriente y hasta anodina, de situaciones a simple vista irrelevantes es capaz de extraer los rasgos más desconcertantes, los pliegues más secretos y oscuros, y de ese modo la vida inane” (Trejo, p. 4).

Ahora bien, en relación al personaje homosexual que el autor fue configurando en su obra, percibimos que a estos los desarrollo desde varias identidades asumidas como hombres gay: están los gay de clóset, los hombres que cobran los favores sexuales, o sea los mayates, los jóvenes homosexuales que, en un tono discreto, experimentan su sexualidad sin el remordimiento de la culpa social, y, por último, los hombres maduros que se transitan entre los mundos de la diplomacia y la milicia.

La distinción de sus personajes en comparación con las diferentes obras de la tradición literaria que han marcado lo que puede llamarse como el canon de la literatura gay mexicana —el cual, podría decirse, que se consagró con El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata— estriba en que los personajes gay de López Páez se desatan en historias que se alejan de la tragedia personal, del desencanto del mundo por la violencia sistemática que se ejerce en contra de la homosexualidad, y, por el contrario, son personajes principales que se ven envueltos en una suerte de épicas irónicas y excitantes, tejidas en un lenguaje en el que subyace lo evidente.

CONCLUSIONES

Resultado del camino que fuimos recorriendo podemos concluir lo siguiente:

Desde nuestra perspectiva, el significado de literatura ha de ser entendido en dos vías, la que sirve a la producción de obras en el sentido funcional, es decir a su carácter inmanente, y la otra forma que, según vimos, atiende más a discursos de tipo sociocultural. Es en esta segunda zona en la que nosotros concebimos al canon literario.

El canon como una entidad que contiene a esa literatura, en, digamos, segundo grado, tiene una total  injerencia en las identidades literarias dentro de la cultura, porque determina qué es lo que institucionalmente debe ser recibido como buenos ejemplares literarios, incluso, qué es lo que se debería interiorizarse de ellos. De acuerdo a eso, es esperable que el canon literario se estructure por medio de jerarquías y privilegios.

Observamos también que el canon tiene una identidad basada en principios culturales de Occidente, por lo que todo aquello que considere como lo otro, lo de aspecto “calibanizado”; lo no alineado, lo expulse a zonas marginales. Dichas zonas han sido un contrapeso necesario para restarle fuerza a la hegemonía canónica, posibilitando entonces la ampliación discursiva de la cultura.

La presencia de Latinoamérica ha sido relevante históricamente para profundizar en las problemáticas que el canon ha generado en torno a la identidad de los individuos en un contexto cultural, lo cual, invariablemente tiene repercusiones sociales. De modo que, se nos hace importante que en nuestra época se hable no sólo de un canon, sino de varios como muestra de la riqueza identitaria en la que naturalmente se construye el ser humano.

Es evidente que también en México el canon literario se ha desarrollado en términos del poder cultural. No obstante, reconocemos que la vida cultural en el siglo XX tiene una trascendencia relevante que se refleja al día de hoy, pero también sigue siendo obvio el afán centralista y occidentalizador que se intenta perpetuar, provocando aún una literatura marginal.

Por otro lado, los estudios culturales han jugado un papel importante al momento de impulsar la idea de los varios cánones que se autodeterminan como zonas de representación identitaria. En nuestro contexto, asumimos que en una de esas identidades se encuentra el canon de la literatura gay.

Por último, podemos decir que Jorge López Páez es un significativo escritor que si bien ha compartido terrenos con el canon hegemónico, también ha sido desdeñado y marginado por el mismo. Su literatura como producto cultural está insertada en una tradición literaria que va más allá de lo específico, es una muestra de las identidades que definen al ser humano, por ello creemos que su obra debe ser revalorizada y mejor atendida por la institución literaria.

BIBLIOGRAFÍA

Benedetti, M. (s.f.). El escritor latinoamericano y la revolución posible. Titivillus. [E Pub].

Beristáin, H. (2006). Literatura. En Diccionario de Retórica y Poética (8ª ed., p. 305), México.

Carballo, E. (1990). López Páez, narrador desigual. En Notas de un francotirador. Gobierno del Estado de Tabasco.

Culler, J. (1997). Breve introducción a la teoría literaria. Crítica, Barcelona. [PDF].

Diccionario del Español de México (DEM) https://dem.colmex.mx/, El Colegio de México, A.C., [Revisado el 20 de junio del 2024].

Eagleton, T. (2016). Una introducción a la teoría literaria. Fondo de Cultura Económica, México. [PDF].

Fernández, R. (2004). Calibán. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. [PDF].

García. N. (1990). Culturas Híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo, México. [PDF].

Jorge López Páez – Autores. (2021) Enciclopedia de la Literatura en México, http://www.elem.mx/autor/datos/605, CNL-INBA, [Revisado el 18 de junio del 2024].

López, P. (2022). Sin ganas en Ghana y otros relatos. Universidad Veracruzana, Xalapa. [E Pub].

Monsiváis, M. (s.f.) La crítica de la literatura en México: invención, revisión, ampliación y olvido del canon. En Nuevo Texto Crítico, 7(1), 69-76. [PDF].

Muñoz, F. (2022). Dos acercamientos a la obra de Jorge López Páez, En La Palabra y El Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana, 60(4), 19-22. [PDF].

Pereira, A. (s.f.). La generación del medio siglo: un momento de transición de la cultura mexicana. Instituto de Investigaciones Filológicas. UNAM, México. [PDF].

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de lengua española, 23ª ed., [versión 23.7 en línea]. https://www.rae.es/. [Revisado el 20 de junio del 2024].

Sullà, E. (1998). El canon literario. Arco Libros, S.L. Madrid.

Todorov, T. (2007). El arte como artificio. En Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Siglo XXI Editores, México.



[1] El término “artístico(s)” usado aquí y en las subsecuentes referencias, lo asociamos a la práctica en la que también se incluye al ejercicio literario y los productos que resultan de él.

[2] Lo literario es para los formalistas jerárquicamente más relevantes que encontrar la definición esencial de literatura, ya que es el primer término lo que en sí contiene el texto literario o discurso literario como producto artístico. Sus estudios se centran en el uso especial que se le da al lenguaje para que se convierta o resalte como algo específicamente literario. De modo que, la importancia de la literatura descansa en los recursos lingüísticos que se emplean y las funciones que interactúan entre sí para configurar un texto perteneciente a la literatura.

[3] Esta y las siguientes parentéticas que puedan aparecer en citas o referencias son mías.

[4] Las comillas no son mías.

[5] ídem

[6] Como segunda denotación histórica, ya que inicialmente se trataba de una vara que se usaba como medida. En ese modo, se puede entender que la medida en el canon literario está dada en relación a la valoración de las características de la obra para determinar si debe ser parte del canon o no.

[7] Significados que da el Diccionario de la Real Academia Española del término canonizar.

[8] El término refiere a las capacidades del individuo por poseer y acumular distintos contenidos experienciales, los cuales son abstractos y concretos, mismos que lo definen e interactúan objetivamente en la comunidad con la que los comparten el mismo campo.

[9] Acorde al uso original del lenguaje y un hábil desenvolvimiento en la ficción, pero también en consonancia con la representación discursiva que le es útil a la ideología dominante.

[10] Novela publicada en 1958 y que, según Monsiváis, significó el “primer lanzamiento moderno de una novela” (Monsiváis, p. 6), pero que también se acompañaría de una acusación—que pasó casi desapercibida—en la que Elena garro señala que Fuentes plagió la obra Adán Buesnosayres del poeta argentino Leopoldo Marechal.   

[11] Grupo de escritores que estuvo auspiciado en sus primeros años con becas por parte de la Fundación Rockefeller.

viernes, 21 de junio de 2024

JOSEFINA VICENS Y "LOS AÑOS FALSOS": UNA INTERPRETACIÓN DEL PATRIARCADO FUERA DEL CANON

María Guadalupe Fernández Garduño

En éste trabajo se abordará el papel del patriarcado en la obra   “Los años falsos” de Josefina Vicens que escribió durante la segunda mitad del siglo XX. La idea es usar a dicha autora para mencionar algunas características e  importancia que tiene en el canon.


Introducción.

Primero quiero empezar con dar contexto en el qué se encuentra Josefina Vicens en el sentido de mujer y creadora, bajo este contexto trataré de dar cuenta  desde el patriarcado ya que en la obra destacan dos personajes masculinos que reflejan la relación tan compleja entre el padre y el hijo, ya que en ese momento no eran los temas que el canon literario mexicano tomara en cuenta. 

¿Quién fue Josefina Vicens?

Josefina Vicens fue una novelista, periodista, guionista de cine, cronista y feminista, nació en Tabasco el 23 de noviembre de 1911 de padre español y madre mexicana. Murio el 22 de noviembre de 1983, fue la primera mujer en recibir el premio “Xavier Villarutia” en el año 1958. Tuvo algunos oficios en su vida a muy temprana edad, trabajó como secretaria en el departamento Agrario, por parte del gobierno lo cual estaba interesada en la política. 

En 1970 y  1976 fue presidenta de la comisión de premiación de la Academia Mexicana de Artes y Ciencienas Cinematográficas. Vicens escribió dos novelas las cuales serían importantes y representativas de esta autora: “El libro vacio” (1958), “Los años falsos” (1982). Es considerada por ser parte de la generación del medio siglo lo cual tuvo amistad con algunos escritores de esa época, uno de ellos fueron: Xavier Villarrutia, Salvador Novo y Elías Nandino, también con Pedro Coronel, Antonio Peláez, Juan Soriano, José Luis Cuevas, Octavio Paz,Juan Rulfo, Pita Amor y Edmundo Veladés. Esta autora pertenece a los escritores de novelistas contemporáneos, a la generación de atrevidos críticos de la sociedad actual, quienes ya no se sienten obligados a justificar la Revolución de 1910, sino todo lo contrario... señalan los abusos y las injusticias de una sociedad engendrada por la Revolución y pidiendo  a gritos reformas verdaderamente revolucionarias, entre otros autores, sobresalen: Rosario Castellanos, Sergio Galindo, Carlos Fuentes, Tomás Mojarro.

Análisis de la obra 

  •  “Una tumba no es una cocina, pero ellas la arreglan y la frotan y la pintan como si lo fuera” (Vicens, 2013, p. 7).

Dentro de la historia Luis describe  las actividades que tanto su mamá como sus dos hermanas hacen, aquí lo que es canon es que tanto el difunto padre como él son  personas distintas por edad y jerarquía, pero existe una herencia paternalista, dónde la mujer sigue con el mismo rol de obediencia hacia el hermano, por lo cuál forma parte del patriarcado.

Por su parte, los personajes femeninos de la novela tienen puestas sus esperanzas  en Luis Alfonso; ya qué le ceden él poder que le  tendría que corresponder a la madre, pero gracias a ésto ella lleva el papel de convertirse en la “mujer de la casa”, pues su educación dentro de la tradición machista dominante, le impide responsabilizarse de sus hijos. 

En la siguiente cita podemos mencionar que estos dos personajes hombres tanto machistas son considerados misóginos donde, Carlos Lomas menciona: “La misoginia consiste en una serie de sentimientos, de actitudes y conductas en las que predominan el temor, el rechazo y el odio a las mujeres”(Lomas,C,2008).

Esta es la razón de que el Padre rechaza a su hijas  y Luis las trate  de esa forma a sus hermanas por su físico y la diferencia que hay del género dentro de su familia.

Otro punto importante dentro de la obra, es la relación del hijo (Luis) Y su papá (Poncho), dentro de ese vínculo  que hay  nos muestra dos cosas, que es  la masculinidad  estereotipada o machismo, pero a la vez podría ser  una masculinidad paterna.

“Ahora me alegro de haberlo hecho; porque así quedó bien. Nuestro nombre, el de los dos, Luis Alfonso Fernández, sin más. Aunque las fechas no me correspondan a mí y el nombre casi no le pertenezca a él porque le fue disminuido y denigrado desde que nació: el niño “Ponchito”, el joven “Poncho” y después, para todos y para siempre, “Poncho Fernández”. Nadie le decía Luis Alfonso ni Luis, ni Alfonso, ni Fernández a secas. (…) No fui nunca el hijo de Luis Alfonso o del señor Fernández. Lo fui de “Poncho Fernández” siempre, desde aquel tiempo en que serlo era una especie de éxtasis, de trémula y secreta dicha, hasta este tiempo clausurado, que no me pertenece y que no transcurre” (Vicens, 1982, p.13)

Es  evidente que la trascendencia que se da se logra desde los discursos entre los personajes,  Poncho Fernández educó a su hijo para hacerse en esta masculinidad. Así se convirtió Poncho en el cuerpo de Alfonso y finalmente Poncho en el cuerpo del prototipo de esta masculinidad. De tal manera que al nacer comenzó el proceso preexistente a Alfonso. A partir de los ejemplos, los regalos, los premios, todo lo que implica la vida cotidiana, se reforzó lo que el padre había aprendido y que  deseaba que dentro de su hijo hubiera, para ello, la familia fue el elemento que dio fuerza a este sistema: 

“¡Es que no podía entenderlo, papá, no podía!

El Diputado cumpliendo tu último deseo, se hizo cargo de mí y me nombró su ayudante.

-Haremos de ti otro “Poncho Fernández”

- me dijo. 

Había que olvidar la escuela. Tú dijiste siempre: “El dinero es para gastarlo y los que ahorran son unos coyones que le tienen miedo a la vida”. Y como no eras coyón, no nos dejaste ni un centavo” (Vicens, 1982, p.46)

En el artículo “Este tiempo clausurado nos pertenece: Los años falsos de Josefina Vicens” , escrito por Gerardo Bustamante:  “El significado  de lo que es un “hombre” en Los años falsos queda revestido de  responsabilidades de carácter social y del poder que los individuos  “deben” cumplir por tradición para dar continuidad a las formas  patriarcales” (BustamanteG,p 61).

De acuerdo también al artículo de la CNDH, los tipos de masculinidad machista y paterna son los siguientes: 

El machismo

Este término incluye una serie de comportamientos estereotipados de supremacía masculina, de dominio y control, cuyas manifestaciones son diversas y tienen impacto diferenciado en las personas a quienes se dirige.

Por otro lado la masculinidad y paternidad 

La paternidad es una construcción sociocultural y, por tanto, está influida por la formación de la identidad genérica; Un reto en este renglón es rebasar la idea del valor diferenciado entre hijos e hijas, ya que durante mucho tiempo el nacimiento de un niño ha sido sobrevalorado, mientras que no ocurre así con el nacimiento de una niña, generando desde ese momento una actitud discriminatoria.(CNDH,2018) 

La paternidad como función humana:

“Puede ejercerse de muchas formas, donde encontremos, entre otros, a padres autoritarios, permisivos y democráticos, lo que implica diferentes tipos de crianza, comportamientos o actitudes que toman los padres hacia sus hijos e hijas, que pueden generar consecuencias negativas o positivas, dejando secuelas durante toda la vida. Al igual que la madre,el padre coadyuva en la conformación de la personalidad del hijo o la hija, de ahí la necesidad de que ese ejercicio sea lo más deseado, pensado y consciente

posible”(CNDH,2018) 

A pesar de que Luis se ve forzado a seguir el papel de su padre, llega en un punto en dondé se verá afectada su propia identidad, haciendo que la pierda y se sienta atormentado que en todos lados. 

Características del personaje de Luis Alfonso.

  • Un chico joven de 15 años

  • Manipulado por su padre, al punto de seguir su forma de ser que él tenía

  • Hermano mayor de dos adolescentes gemelas

  • Vive con su mamá y sus dos hermanas

  • En la historia, Luis Alfonso  después del fallecimiento de su padre Don Poncho, tomará el lugar como   esposo, padre y amante de Elena ex pareja de su fallecido padre. 

  • Dentro de la historia Luis, pierde esa noción de búsqueda de identidad hacía él mismo, por lo cual trata de alejarse de las costumbres que le hizo tener su papá. 



¿Qué es el canon literario?

El canon literario es considerado de diferentes formas, desde lo social, político y cultural hasta una lista de conjunto de obras clásicas que forman parte de la Alta Cultura, ya sea por sus características formales, su originalidad o su calidad. Obras que han logrado trascender durante épocas.

La consideración del canon literario había ocupado un lugar importante también dentro de los estudios literarios, latinoamericanos. 

  • Producido a finales del siglo XX y principios del siglo XXI

  • Explorando las etapas fundacionales del imaginario americano y las comunidades indígenas, negras o mestizas

Algunos autores de la literatura mexicana son: Barreda, Carlos  Pellice, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet. Salvador Novo, Rafael N.Muñoz, Agustín Yañez, Mauricio Magdaleno, Nellie Campobello, Ramón Rubín, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Elena Garro, Rosario Castellanos y Carlos Fuentes.

“En Latinoamérica el canon oficial se forma basándose en la lengua y en los valores de las culturas colonizadoras más importantes, la española y la portuguesa, e ignorando las culturas amerindias” (Pulido .G.1999.pp103). En está cita dentro de lo que fue la historia española y portuguesa, hiceron a un lado las culturas de los propios indígenas ,  ya que a ellos no les parecia tanto su lenguaje como  sus propios  valores culturales, así que lo cambiaron para que tuvieran las mismas costumbres que ellos, ya que creían absurdas sus propias creencias. 



Características representativas del canon son.

  • Para poder decidir qué se considera literatura y qué no, y por lo tanto qué será leído a futuro y qué será echado al olvido, existe una figura imaginaria llamada el canon. 

  • El canon opera en base a lo ya escrito: todo lo que hasta la fecha se considera parte de la literatura. 


El Canon Literario Mexicano 

De este modo sabemos que el canon tiene una gran importancia en toda  Latinoamérica pero principalmente en  México por lo cual esto surgió: 

“En los años sesenta dando un giro inusitado en el mundo entero, la juventud se manifiesta irreverente, cambia la concepción de los valores tradicionales y de la sexualidad misma, a todo lo que tocan le imprimen un aire fresco de libertad. En este ambiente las prácticas sexuales se relajan, y no sólo eso, se habla y se escribe de lo que permanecía oculto, entre otras cosas, la homosexualidad”.(Gutierréz.L.2012.pp15)


  •  En México se ha ejercitado con igual la poesía, el cuento  y la novela, además de los otros géneros como son el teatro, la crónica y  el ensayo.

La literatura, como toda obra de arte en sus diferentes manifestaciones, contiene, al menos, tres condiciones: creación, conocimiento y representación. Su instrumento, el lenguaje y el arte. 

También dentro de ella tendrá una gran importancia lo que es la búsqueda de la identidad y  tomar en cuenta la vida cotidiana en la que vivimos. Dentro del canon mexicano comenzaron a surgir narradores y personajes  escindidos, espacios-tiempos fragmentados y simultáneos, inconcebibles desde la óptica y planteamientos de la lógica causal moderna y romántico-realista. 

En un segundo momento que marcará el clímax del  proceso, si bien el tópico de la revolución continuó condicionando y explicando las contradicciones  individuales y culturales de los personajes y del espacio-tiempo mexicano, el tiempo del enunciado  trascendió las épocas de la gesta armada y la pos revolución (1910-1920 y 1920-1945), ubicándose en el  contexto de la modernización burguesa de México (1945-1970).


Conclusiones. 

Dentro del análisis que se le hizo a la obra “Los años falsos”, pude darme cuenta que la historia refleja la dominación  y educación que  el padre Poncho Fernández, le da a su hijo Luis Alfonso,  la forma machista dónde el hijo tiene que ser una copia de su padre, por lo cual con el tema del canon se muestra a través de los personajes del hijo, su mamá y sus hijas , la influencia que tiene su padre hacia ellos y sus interacciones, y la manera crítica que Vicens cuestiona y desafía las expectativas de cómo hombres y mujeres deben comportarse y qué roles deben de tener en la sociedad. "Los años falsos",  también muestra las estructuras patriarcales  que a las mujeres les limitan sus oportunidades y libertades. Al morir Vicens, Paz dijo que esta autora legaba una obra “reducida, más no limitada”, “escasa, pero profunda”, características que también atribuyó al trabajo de Rulfo, de Gorostiza y de Villaurrutia

Como cierre de éste ensayo de divulgación, mi consideración es que la  obra puede ser canónica pero a lo mejor para otros autores no, ya que la autora toma en consideración temas universales que podemos identificar en  otras obras literarias de una forma diferente pero con el don de darnos un mensaje importante dentro de la literatura y la vida real.


Bibliografías.

Alegrete, L. (2023). Josefina Vicens, escritora clave para el inicio del feminismo en México. EFEMINISTA. https://efeminista.com/josefina-vicens/ 

Borjes, A. (2021). “Canono Literario”. HUELLAS LITERARIAS EN EL QUINTO SEMESTRE DE EDUCACIÓN NORMAL. https://huellasliterariasendy.blogspot.com/p/obras-literarias_24.html 

Bobadilla, G. (2023). El nuevo canon de la novela mexicana (1947-1980) o los clásicos contemporáneos de la literatura en México PDF (Revista Baciyelmo N. o 5). Universidad de Sonora Sonora, México. https://drive.google.com/file/d/1CpPN2EkaozmFK36i0Um1tKc8Z9vSyUgx/view

Bustamante Bermúdez, G. (2016). Este tiempo clausurado que no me pertenece: Los años falsos, de Josefina Vicens. Revista Valenciana estudios de filosofía y letras, 8, 57–75. https://doi.org/10.15174/rv.v0i8.214 

Gutierrez, L. (2012). Literatura mexicana del siglo XX Estudios y apuntes. Juan Pablos Editor. https://drive.google.com/file/d/1CFa1WsWlZwjaUKJ7ifii9t_q7dF1Bk90/view 

Juan, R. (2013). Canon literario en México. Siempre!; Revista Siempre!https://www.siempre.mx/2013/11/canon-literario-en-mexico 

México, C. (2018). Diferentes tipos de masculinidades: Org.mx. https://www.cndh.org.mx/sites/default/files/doc/Programas/Ninez_familia/Material/trip-respeto-dif-masculinidades.pdf 

Pulido Tirado, G. (2009). El canon literario en América Latina. Signa Revista de la Asociación Española de Semiótica, 18. https://doi.org/10.5944/signa.vol18.2009.6201 

Navarro, A. (2021). Josefina Vicens, guionista, feminista, activista. Revista Replicante.https://revistareplicante.com/josefina-vicens-guionista-feminista-activista/ 

Vicens, J. (1982). El libro vacío. Los años falsos. Martín Casillas Editores. https://issuu.com/pamelitonanayatzinnetzahualcoyotll/docs/el_libro_vac__o_-_los_a__os_falsos_ 






CARTUCHO: LA OBRA DE NELLIE CAMPOBELLO QUE ROMPIÓ EL CANON LITERARIO. CARTUCHO DE NELLIE CAMPOBELLO, UN TESTIMONIO SINGULAR DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA NARRADO DESDE UNA PERSPECTIVA INFANTIL Y FEMENINA

Belén Ruiz   Introducción: La Revolución Mexicana fue un movimiento complejo y multifacético que buscaba derrocar el régimen de Porfirio ...